lunes, 16 de abril de 2012

El anhelo de libertad te conduce a la libertad...

EL MURCIÉLAGO BUSCADOR
Todos estamos viajando .. ¿hacia dónde? Hay seres humanos que buscan y otros que, sin inquietudes, no lo hacen.
También hay murciélagos buscadores. La búsqueda del murciélago no es fácil, porque no ve. Sucede lo mismo con nosotros, los seres humanos: no vemos. Pero podemos llegar a ver.
¡Qué angustia la del murciélago buscador de nuestro cuento! Durante años llevaba intentando acercarse al sol para poder contemplar su luz maravillosa. Se lamentaba por su ceguera y sabía que si no podía ver el sol con sus ojos, podría llegar hasta él y fundirse en su calor y verlo así con los ojos del corazón. Sí, los murciélagos tienen corazón, y a veces más tierno que el de los humanos.
Al borde de la extenuación, sí, pero el murciélago seguía intentándolo. Recortándose su cuerpecillo contra el vasto horizonte, subía y subía, en un intento desesperado por unirse con el sol. Y con su ojo clarividente, un asceta vio al murciélago en sus denodados intentos y le dijo:
- Insignificante animal, aunque viajaras miles de años no podrías alcanzar el sol.

- Desiste.

- Lo que pretendes es tan absurdo como si una hormiga quisiera llegar a la luna.
El murciélago respondió:
- No te falta la razón.
- Pero no desistiré, jamás.
- Anhelo llegar al sol, y lo intentaré de por vida.
Volando sin descanso, las alas quebradas, el corazón exhausto. Eran años volando hacia el sol, ascendiendo hacia el astro poderoso. El murciélago se dijo:
- ¿No me habré despistado y habré sobrepasado el sol?
Una petulante ave oyó este comentario y dijo:
- Necio murciélago.
- Estúpido ciego.
- Tú no vas a ninguna parte.
- No haces otra cosa, en tu ceguera, que volar en círculos.
- Sin avanzar ni un sólo centímetro.
- Yo, que veo, sí podría ir al sol cuando quisiera.
- Pero tú ya no tienes ánimo.
- Estás abatido; la desesperación te gana.
Y entonces el murciélago dijo irónicamente:
- Es curioso, amiga, yo ni siquiera tengo ojos para ver en el exterior.
- Tú tienes una mirada capaz de ver en el interior de los seres.
- ¡Qué afortunada eres!
Siguió volando, volando. Lo intentó a lo largo de toda su vida, con un anhelo inquebrantable. Murió en el intento, sí, pero cuando su pequeño cuerpo iba a precipitarse en el vacío, nada más morir, un rayo de sol lo alcanzó y lo atrajo hacia el seno del sol y se fundió con él.
El ave, sin embargo, aún viendo sigue sin ver. Vuela de espaldas al sol y cada día está más distante del maravilloso disco solar.
Cuentos Espirituales del Tibet



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