Un campesino tenía dos grandes vasijas que colgaba a los
extremos de un palo y llevaba encima de los hombros para cargar agua cada día.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y
conservaba todo el agua al final del largo camino que había desde el arroyo a
la casa del campesino. Sin embargo, la vasija rota llegaba con la mitad del
agua que cargaba.
La vasija perfecta estaba muy orgullosa de cumplir con el
fin para el que estaba destinada. La tinaja agrietada, por el contrario, estaba
muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo
podía llegar con la mitad del agua, y suponía que su obligación era llegar con
toda el agua. Un día, al volver del arroyo, le dijo al campesino:
- Estoy avergonzada y quiero disculparme, porque debido a
mis grietas sólo puedes llegar a casa con la mitad del agua, y dispones de la
mitad de la que deberías tener.
Pero él le respondió:
- Cuando regresemos a casa, quiero que te fijes en las
bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
La vasija vio, en efecto, que multitud de flores hermosas
crecían a lo largo de todo el trayecto, pero continuó sintiéndose muy triste
porque al llegar a casa solo había transportado, como de costumbre, la mitad
del agua. El campesino le dijo entonces:
- ¿Te has dado cuenta? Las flores solo crecen en tu lado del camino. Yo ya
tenía conocimiento de tus grietas y me aproveché de ello: sembré semillas de
flores a lo largo de todo el camino por donde vas y todos los días las has
regado, y yo he podido recogerlas y entregárselas a mi preciosa y querida
esposa. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubiera sido
posible crear esta belleza.
Desconocido
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